Imagina un cerebro, el tuyo por ejemplo, al borde del colapso físico, psícológico y emocional. Imagina que todo el mundo, todo el mundo, te estuviese buscando tanto para adorarte como para denostarte. Imagina que llevases algo más de tres años haciéndote cargo de la admiración de millones de personas al rededor del globo. Imagina que no hubiese un rincón del planeta en el que no corrieses el riesgo de morir aplastado ante la maníaca desesperación de ser poseído por hordas fanáticas que suspiran en tu nombre. Imagina correr desesperado para escapar de ti mismo. Imagina quedar atrapado en tu propio cuerpo. Imagina una cárcel de carne, hueso de la que no pudieses ver la salida porque el flequillo te tapa la vista. Hasta que de repente, en un avión, a miles de metros de altura, a cientos de kilómetros por hora, y en las más abisales profundidades de ese cerebro agotado y abarrotado de ruido, nace una idea.
Ahora imagina que el cerebro en cuestión pertenece a Paul MacCartney, y que esa cárcel de la que necesita escapar para poder verlo todo en perspectiva se llama Paul MacCartney, y que a su vez esa cárcel esta atrapada dentro de otra cárcel más grande aún que se llama The Beatles.
El grupo llevaba desde 1963 cargando con el peso de la llamada “Beatlemanía”, girando y grabando discos (y películas) sin pausa a un ritmo frenético. Los discos cada vez sonaban mejor, y si tenemos en cuenta que entre el primigenio “Please please me” hasta el vanguardista “Revolver” sólo transcurrieron tres años y que en ese lapso publicaron siete álbumes, el balance es muy positivo. Por otra parte los conciertos iban de mal a peor. Los sistemas de audio de la época eran precarios y no hacían frente al rugido de fans que show tras show debían soportar los cuatro de Liverpool. A eso habría que sumar el rugido de detractores conservadores ,que tras la épica declaración de John Lennon que pregonaba “The Beatles son más famosos que Jesús”, se congregaban en las puertas de los conciertos para incendiar discos del grupo; y la escapada a toda prisa de Filipinas tras declinar la invitación de la primera dama Imelda Marcos a desayunar en el palacio presidencial de dicho país. Además, ese desequilibrio entre las inmensas y cada vez más amplias posibilidades técnicas de los estudios de grabación y las acotadas posibilidades técnicas de los conciertos, hacía que algunas canciones nuevas fueran imposibles de interpretar en directo.
La primera reacción ante tamaño panorama fue la de no dar más conciertos y convertirse en un grupo de estudio, esta decisión fue el primer soplo de libertad para el grupo ya que pudieron perseguir nuevas metas sin tener que soportar la presión de irse de gira e interrumpir el trabajo compositivo. Por otra parte el no pensar en si las canciones podrían interpretarse en vivo o no, daba rienda suelta total a las ideas en el estudio, “queremos grabar lo que queramos sin importar lo complicado que sea, poner el listón muy alto y grabar el mejor disco que podamos, quiero partir una nota al medio y ver que tiene dentro” decía MacCartney al productor George Martin, mientras Lennon secundaba la moción alegando que “si no pensamos en la música en directo podremos crear algo de lo que nunca nadie haya oído”.
Volviendo al avión y al solitario MacCartney, la banda se había tomado unas vacaciones de dos meses luego de la última gira por los USA y se encaminaban a darlo todo para el próximo registro discográfico cuando en esa cabeza agotada surgió una idea que daría descanso a la atención frenética que recibían The Beatles; un alter ego, un personaje ficticio que cargase sobre sus hombros el peso de ser el factótum de la obra y dejar de ser la cara bonita que sonríe a la cámara. Sgt. Pepper comenzaba a gestarse. Con la banda al completo en el estudio, se pusieron manos a la obra con la composición con dos resultados visiblemente distintos, pero resultantes de el mismo ímpetu. Uno fue “Carnival of light”, una pieza vanguardista de catorce minutos llena de sonidos experimentales, loops, samples y distorsiones que dan la bienvenida a la total deshinibición creativa del cuarteto; el otro fue el primer single doble editado por la banda en esta nueva etapa, ya en febrero de 1967, con “Strawberry Fileds Forever” y “Penny Lane”dando cuenta de una temática regresiva a la infancia a la que Lennon recurriría con asiduidad hasta el fin de sus días. La libertad no sólo era palpable en la música, sino que las letras eran cada vez más un reflejo de la persona que durante años se había escondido detrás del músico que sonreía al público y meneaba la cabeza al compás de la orquesta. Desde entonces fue imparable, la catarsis compositiva ganaba terreno sobre la mera narrativa, el grupo comenzó a desenvolverse sobre sí mismo una y otra vez tantas veces como fuese necesario. Sobre la mitad del proceso la propuesta oficial llegó “¿y si el disco fuese obra de la Sgt. Peppers Lonely Hearts Club Band?”, a lo largo del disco el concepto aparecería y se escondería una y otra vez según la banda lo dispusiese y así nos encontramos ante el primer álbum conceptual de la historia. Si, Lennon ya había descubierto el arte de Yoko Ono en una exposición de la galería Indica.
En la medida que se sucedían las canciones los miembros de la banda dieron rienda suelta también a su estética; melenas cada vez más largas, patillas, bigotes, perillas, lo que hiciese falta para diferenciarse de la corrección visual del pasado, sobre todo en el caso de Geroge Harrison que había pasado dos meses en la India mejorando su técnica con el Sitar a cargo del mismísimo Raví Shankar.
Este contacto con oriente queda muy presente en “Within You Without You” , pieza en la cual los sonidos de cuerdas, sitares y tabla hindú dan cobijo a una letra tan etérea como intangible.
También hay espacio para canciones que tenían inacabadas desde los tiempos del Cavern Club de Liverpool como es el caso de “When I´m Sixty-Four”. Pieza firmada por Lennon-MacCartney aunque es autoría del segundo en un cien por cien. La misma había nacido hacía unos diez años hablando de temas triviales, hasta que llegado el momento de revivirla la misma adquiere un tono jocoso para quitarle hierro a algo tan trascendental al paso del tiempo y la incertidumbre del futuro de un matrimonio. El caso de “Getting Better” sí es una composición al más puro estilo Lennon McCartney, en la cual el primero contrapone con su ácida visión del mundo el optimismo del primero.
Y ahora ya está bien, no se trata de hacer una autopsia de esta obra maestra. Creo que ya hay muchos y mejores reseñas sobre esta pieza histórica e inmortal, pero si quiero invitar a todos a una actividad casi extinta: la escucha activa, el ritual al rededor del fuego, el enfrentarnos a un disco como una obra narrativa, con su principio, su nudo y su desenlace, un viaje que podemos hacer solos o acompañados. Sgt. Pepper nació en una época en la cuál los discos venían llenos de secretos, en la que era difícil imaginar cómo eran las cosas en otras latitudes, en la que conseguir un disco de otro país era una actividad muchas veces delictiva, en donde nada estaba al alcance de la mano y en la que realmente el futuro existía, no nos había pasado aún por encima dejándonos obsoletos y caprichosos. Venga, elije cómo, dónde, con quién y cuándo, dale al botón que sea en la primera canción y no pares hasta la última. Pierde una hora de tu vida, de todas formas ya lo sabes, no saldrás vivo de ella. Imagina un cerebro, el tuyo por ejemplo.